Introducción


Digamos de  inicio que  un   buen punto de partida para  establecer la importancia de la ética se encuentra en dar  testimonio de lo que se vive, esto es, de la coherencia que es el valor que nos hace ser personas de una   pieza, actuando siempre de acuerdo  a  nuestros principios. De vivencias en la vida  ordinaria, que revelen  nuestro   comportamiento, no  siendo  proclives   a relativizar las cosas. Sé es o no sé es, ético, no hay  punto intermedio, igual que nadie puede decir que  está medio embarazada. Es por   esta razón, que   sostengo, que  la moral y la ética siempre tendrán un  punto de convergencia, porque los principios éticos regulan el comportamiento moral.


Desde esa perspectiva, se encuentra una   ética filosófica antes llamada ética general, que  siendo como tal ética, no es una evasión a los genui- nos problemas éticos; y en cuanto a lo filosófico, aun rechazando que la filosofía moral pueda disolverse en una  teología moral o moral cris- tiana,[1] esta última constituye  un factor importante en  lo que quiero comunicar. Desde esa perspectiva, el tema ni quien lo escribe, prescinde de una moral pensada siendo filosófica, pero tampoco, esto puede interpretarse que  pueda excluir la moral vivida, o como  quiera llamársele (a riesgo de que sea catalogada como una  herejía), religiosa o secularizada, minoritaria o social, personal o usual.


Sobre el título de este tema


La ética es uno de los grandes temas del momento, se ha puesto de moda, con sus matices particulares y hasta acomodaticios a cada persona, en ámbitos variados, que van desde la bioética, caridad mediática, acciones humanitarias, medio ambiente, moralización en los negocios, política, medios de comuni- cación, entre otros. Se dice que todos estos temas se han convertido en el espacio privilegiado donde se descifra el nuevo espíritu de la época. En el que el bien y el mal  no puede  determinarse  por las conveniencias y los intereses de los que manejan y acumulan poder, bajo la premisa que es “bueno” lo que conviene a esos intereses y “malo” lo que daña esos mismos intereses.


De esta manera, hemos observado no sin asombro, que desde la “segunda mitad del siglo XX ésta ha disuelto las homilías moralizadoras, erradicado los imperativos rigoristas y engendrado una cultura en la que se ha sustituido: El mandato moral por la felicidad; la prohibición por los placeres; la obligación por la seducción”[2]


De acuerdo con el razonamiento anterior, me refiero a la época, porque ésta, con su esencia misteriosa nos introduce en un mundo de sensaciones que solemos llamar el espíritu de los tiempos. De esta manera, pienso en una ética sustentada en reformas para los “tiempos recios” que  vivimos en un mundo tan globalizado y cambiante. Un tiempo en el que, da la apariencia que todo cuanto acontece parece regirse por  el marketing, los golpes de efecto y el maquillaje de la realidad, en la que predominan además declara- ciones altisonantes e hirientes, la falta de caridad y posturas demagógicas con  altas dosis de egoísmo que  en modo alguno contribuyen a crear una sociedad más justa. 


El hombre moderno está continuamente enfrentado a situaciones en las que es muy difícil decir a dónde llega lo lícito y dónde comienza lo ilícito.

En verdad, vivimos tiempos recios o fuertes, como en el pasado, aunque ahora con un modernismo alienante. Aun así, ya advertía San Agustín, que “no digamos que el tiempo pasado fue mejor que el presente, porque las virtudes son las que hacen los buenos tiempos, y los vicios los que lo vuelven malos”.

No obstante, me  identifico con  la postura de Marciano Vidal, profesor de moral  español,  religioso redentorista,  con  quien  compartí  en  un  curso de  formadores sobre la “Moral  de  actitudes”.  Desde esa  perspectiva, moderniza la expresión tiempos recios, diciendo que estamos viviendo tiempos inciertos, porque si hay “algo que tiene que contar la navegación ética es que se hace sobre ondas inciertas”.


Lo que no se puede ocultar es que estamos viviendo  tiempos fuertes, recios o inciertos, como quieran llamarles.  Cuando la idea de  una moral se diluye en  la niebla de  las conciencias, cuando la vida humana vale tan  poco, como decía  Santa Teresa, puede afirmarseque hoy el mundo necesita más que nunca de  hombres y mujeres  que sean coherentes, hombres faros, esto es, que actúen en consonancia con los principios y  valores que predican. De esta manera, el hombre moder- no está continuamente enfrentado a situaciones en las que es muy difícil decir a dónde llega lo lícito y dónde comienza lo ilícito.


El Papa Benedicto XVI expresaba, de que al   mundo occidental   le estaban aquejando tres grandes enfermedades: el materialismo, el individualismo  y el  relativismo.  En otros términos, quiso advertir sobre el apego a lo material, de un mundo ensimismado en un narcisismo salvaje, pensando sólo en satisfacer sus apetencias  personales,  donde cada persona se fabrica  como si fuera un  traje su propia escala de valores y vive respondiendo a lo que sus sentimientos le digan o lo que el cuerpo le pida. No hay, por tanto, ni valores ni principios. Entonces ¿quién puede curar todo esto?


Por igual el Papa Francisco ha referido otras tres heridas que están haciendo estragos  en el mundo: la agresividad, la superficialidad y el desprecio del otro. Desde esa perspectiva, vemos como  un  estado natural que los seres humanos vivan en  confrontaciones unos con  otros, generando  acciones violentas, crueles y salvajes, estamos inadvertidamente convirtiéndonos en lobos los unos para  los otros, como  lo describe Thomas Hobbes, de que vi- vimos “víctimas de los ambientes con los usos y costumbres, y terminamos, despreciando todo lo que ignoramos”.


En la actualidad, es frecuente que se confunda la genuina libertad con la idea de que cada uno juzga  como  le parece, como  si más allá de los individuos no hubiera verdades, valores, principios que nos orienten, como  si todo fuera igual y cualquier cosa debiera permitirse.  El problema es que no pasamos de una denuncia retórica como  dice el Papa  Francisco [3] de los males actuales que nos aquejan, sin que tomemos acción para  cambiar el estado actual de la distorsión de la moral que vive el mundo.


Por otra  parte, Carlos Ignacio Massini Correas, Secretario Académico de la Universidad de  Mendoza, publicó un  artículo sobre algunos aspectos del pensamiento del entonces Cardenal Joseph Ratzinger, Verdad, Libertad y el Paradigma Ético Contemporáneo que aclara lo expuesto [4].


“El paradigma ético que estudiamos sólo daría cuenta de una  mínima porción de la experiencia moral, dejando fuera de su consideración los aspectos de mayor  relevancia de ordenación de la praxis humana. Todo se resuelve entonces, en el más absoluto permisivismo moral, en el que todo aquello que no cause un daño directo a otro individuo, queda fuera de la regulación ética y remitido al amplísimo ámbito de la autonomía personal”.


Agrega, que de tomar como  referencia lo planteado,


“Quedan sin solución adecuada los más acuciantes problemas ético-sociales contemporáneos. En efecto, señala, que ni la exclusión social, ni la corrupción gubernamental y privada, ni la degradación del ambiente, ni los abusos de la biogenética, pueden resolverse en términos del daño causado por un individuo  a otro. Menos aún pueden abordarse con éxito los problemas vinculados a las dimensiones más personales del hombre, como los que  se refieren a las relaciones intrafamiliares, al cobijo  de los ancianos, a la extensión cada vez mayor  de las adicciones, a la soledad y pérdida de sentido de la vida de un número cada vez mayor  de personas y a tantos problemas más de carácter constitutiva e innegablemente ético”.


Sigue diciendo Massini Correas, que,


“El fracaso del paradigma ético contemporáneo se debe principalmente a su propósito estructural de desvincular la libertad humana de la verdad de las cosas y de la verdad de Dios. Efectivamente, al concebir la autono- mía humana como absoluta, al desvincular a la libertad de su naturaleza propia y negar a la razón práctica la posibilidad de conocer y perseguir la perfección humana, ese modelo ha destruido los fundamentos racionales de la normatividad ética y ha cegado las posibilidades de alcanzar un ba- remo estrictamente objetivo de la moralidad. La minimización de la ética, el permisivismo extremo, la imposibilidad de la educación moral  y de la resolución de las controversias éticas, así como la pérdida de la noción de virtud, no son sino algunas de las consecuencias más directas de ese punto de partida”.


Insiste, en que,


No parece quedar otra alternativa, para evitar el desconcierto y la esterili- dad de la ética contemporánea  predominante, que abandonar el supuesto ilustrado de la desvinculación radical entre la libertad humana y la verdad de las cosas, y reiniciar la tarea de refundamentación de la moralidad a partir de un rescate y revaloración de la verdad como punto de partida de la consideración ética”.


Por otra parte Euclides Eslava Profesor de Teología del Instituto de Huma- nidades, Universidad de  La Sabana, Colombia, analizando el pensamiento ético de Joseph Ratzinger sobre consideraciones a partir de un texto de éste Libertad y anarquía, señala que: [5].


Epunto verdaderamente crítico de la modernidad es que el concepto de verdad fue prácticamente abandonado y sustituido por el de progreso. El progreso es la verdad. Mas, con esta aparente elevación, se desmiente y anula a sí mismo; pues cuando no hay dirección, la misma cosa puede ser tanto proceso como retroceso”.


En la Carta Encíclica Caritas in Veritate de Benedicto XVI sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad su tercera encíclica del 29 de junio de 2009, da seguimiento a su pensamiento de que la verdad hace libres y con la mentira, se pierden nuestras raíces en el ser, de esta manera la pura libertad no libera si no está orientada hacia lo verdadero, por eso la denuncia de Ratzinger desde siempre, que la dictadura del relativismo corresponde a esa defensa de la verdad para que  exista en verdad sea, proponiendo tres indicaciones para mejorar el futuro  de nuestra sociedad: que predomine la ética sobre la política; rescatar el carácter imprescindible de la idea de Dios para la ética; y, en primer lugar, la necesidad de rechazar la fe en el progreso.


La visión que ofrece Ratzinger de la libertad, es que en lugar de pensar en un futuro impredecible, que compromete el presente, y que es donde está el campo de la acción política debemos aprender a decir adiós al mito de las escatologías intramundanas, pues servimos mejor al mañana si somos buenos hoy  y si somos responsables  ante  aquello  que,  tanto    hoy como mañana, es el bien. Lo que lleva a concluir, que hoy prevalecen esas pseudo-libertades, falsas y falsificadoras, que son la verdadera amenaza contra la auténtica liber- tad. Por tanto, hay que aclarar que la noción de libertad es hoy una tarea decisiva,  si  queremos   alistarnos para salvaguardar al ser humano y al mundo.


Desde esa  perspectiva, la ética se centra  en valores universales del ser humano y pone a la disposición aquellas normas de  conducta para el desempeño de las funciones pro- pias de una función u oficio dentro de un  marco ético. No se trata de restringir la  libertad, sino de esta- blecer la competencia y capacidad profesional en temas específicos propios de cada ámbito profesional en su área.   De esto resulta,    que en  cada ámbito se trata del eterno debate cuando existen conflictos éticos entre el desarrollo de una profesión y la conciencia o ética personal.


Lética y la moral y su importancia desde su etimología


El tema sobre la ética es una incógnita si no se tiene conciencia que se trata de un imperativo moral que conlleva descubrir “valores concre- tos que sean los más justos y ade- cuados para auto-realizarnos como personas”.[6]En  laExhortación Apostólica Evangelii gaudiumdel 24 de noviembre de 2013 (núm. 57) sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual el Papa Francisco se pregunta el por  qué molesta tanto que se hable de ética.


A propósito de lo anterior escuché a un expositor decir que “las personas fueron  creadas para  ser amadas y las cosas  fueron  creadas para ser usadas. La razón por  la que el mundo está en caos, es porque las cosas están siendo amadas y las personas están siendo usadas”.


Por otra  parte, en una de las nave- gaciones en  el internet[7] encontré unos conceptos interesantes sobre la relación de la ética y la moral des- de la perspectiva etimológica:


Lpalabra  ética que proviene del griego «êthos» significaba en su origen, estancia, lugar donde se habita. Posteriormente, Aristóteles dio un giro al término, asociándolo a   la manera  de ser,  el carácter, la forma de vida  que vamos mol- deando  en    nuestra  existencia. La ética se consideraba como segunda casa o naturaleza adqui- rida,  no heredada  como lo es la naturaleza biológica. En esa virtud, se fundamenta que una persona puede moldear, forjar  o construir su modo de ser esto es, su «êthos» que expresamente significa hábito o costumbre, corresponde al con- cepto latino de mos, moris, hábito, costumbre y modo de vida del que nos hemos ido apropiando. La Moral proviene de mores=costumbre, en el sentido en que  las costumbres también definen nuestra manera de ser y de actuar”.


De modo que, por moral se entiende que es el conjunto de principios, valores, pautas de comportamiento, motivaciones, reglas e intereses que determinan nuestras acciones, cuando éstas son realizadas de  manera consciente y voluntaria. Y por ética se infiere que comprende el análisis reflexivo y crítico, propio de la reflexión filosófica, con  el que  justificamos, validamos, funda- mentamos y damos razones de  esos principios, valores, pautas, motiva- ciones, que  comprenden la moral. Por tanto, ambas hacen referencia a un tipo de saber que  orienta a la obtención de un buen  carácter, que  permite enfrentar la vida con altura humana y ser justos y felices,  y a la vez forjar un buen carácter para ser humanamente íntegros.


Lo anterior, mueve  a dos preguntas, cuándo estamos en un nivel moral  y cuándo estamos a nivel ético. En un nivel moral si: a) Cumplimos una  pro- mesa aun  cuando ese cumplimiento acaree problemas; b) Adoptamos una posición responsable ante  una  iniquidad; c)  No nos dejamos narigonear trátese de quien se trate,  queriendo imponer criterios que van en contra de nuestros principios; d) Ayudamos  o corregimos al prójimo aunque esto hiera su orgullo; e) Decidimos ser sinceros con alguien que busca en nosotros una amistad sincera; f) Rechazamos todo  tipo de corrupción (incluyendo la de la propia persona) aun  a sabiendas de que  nadie nos está observando. En un nivel ético si: a) Razonamos que  los pactos han  de cumplirse siempre, aun cuando no tenga forma  legal; b) Nos preguntamos sobre qué tiene más valor moral, la intención que inspira un acto  o los resultados que con él se obtienen;  c)  Reflexionamos  sobre valores,  preguntándonos si  el  valor  de la autenticidad es preferible al valor de la amistad; d) Tenemos presente la máxima o la regla de oro: “No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”.[8]


Esta línea de  argumentación motiva a citar  a Norman  Cousins, periodista norteamericano, quién padeció de una seria enfermedad que amenazaba su vida y pudo  recuperarse por su actitud alegre, optimista, esperanzada y de mucha fe, y que escribió el 6 de agosto de 1945, día en que Estados Unidos arrojó  la bomba atómica en Hiroshima, Japón; donde  hay un Monumento en honor  a él en el Parque de la Paz, lo siguiente: el hombre moderno es obsoleto y la gran tragedia de la vida no es la muerte, la gran tragedia es lo que dejamos morir en nuestro interior mientras estamos vivos.[9]


El bien y el mal: conceptos de la ética y aspectos a tener en cuenta


En uno de los tantos libros que he escrudiñado sobre la ética, llamó mi aten- ción lo que leí sobre el bien y el mal.  Esto me llevó a profundizar sobre el tema y encontré que “hay conceptos que están enraizados en nosotros desde que somos muy pequeños. Entre estos conceptos podemos mencionar el bien y el mal. La pregunta que  sigue ha de ser necesariamente ¿cuál es el sig- nificado del bien y del mal en el universo de la vida humana? El significado de estos dos conceptos es importante porque gracias a esto la vida tiene sentido, y constituye una fuerza constructiva y destructiva, respectivamente, de la humana. El bien simboliza la supervivencia de la vida en una situación óptima de libertad, armonía y bienestar. El mal representa el camino de la autodestrucción, el conflicto y la falta de libertad”.[10]


En Meditaciones del Quijote José Ortega Gasset[11] sostiene que es inmoral toda moral que no impere entre sus deberes, el deber primario de hallarnos dispuestos constantemente a la reforma, corrección y aumento del ideal ético; y toda ética que ordene la reclusión perpetua de nuestro albedrío dentro de un sistema cerrado de valores es ipso facto perversa”.


Lo anterior es absolutamente cierto, como nos dice Fernando Sabater sobre adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar y cuyo saber vivir, o arte de vivir es a lo que llaman ética[12], concluyendo que después de tantos años estudiando la ética, ha llegado a la conclusión de que toda ella se resume en tres virtudes: “coraje para vivir, generosidad para convivir y prudencia para sobrevivir”.


Habría que decir también que hay dos aspectos a tener en cuenta en la ética, uno es la dimensión ética, entendida como  la condición de la realidad humana por la que el hombre se construye a sí mismo libre y coherentemente en la búsqueda del bien; y el otro, el proyecto ético de vida, que depende de cada cual construirlo mediante un plan que va en línea con lo que dice el Quijote que cada uno es artífice de su propia ventura, asumiendo las responsabilidades que se desprenden de su accionar, diría parafraseando a Jean Paul Sartre que “yo soy lo que me voy haciendo”.


En el orden de las ideas anteriores el pensamiento de Jeremy Bentham sobre la ética da sentido a lo expuesto:


“La ética, por tanto, en la medida en que  consiste en el arte de dirigir las acciones de los hombres en este sentido, puede ser denominada el arte de cumplir con los deberes para con uno mismo, y la cualidad que un hombre manifiesta mediante el cumplimiento de  esta rama del deber es la de  la prudencia. En la medida que  su felicidad y la de cualquier otra persona o personas cuyos intereses se consideren dependan de formas de conducta que pueden afectar a quienes le rodean, puede decirse que tiene un deber para con los demás o, por usar una expresión más anticuada, un deber para con el prójimo. La ética, en la medida en que es el arte de dirigir las acciones del hombre en este sentido, puede ser denominada el arte de cumplir  nuestros deberes para  con  nuestro prójimo.[13]


Principios éticos fundamentales, los valores y la ética


Entendido los principios como directrices que guían la forma de actuar de  las personas en  orden  a su racionalidad y conciencia, se  reconocen determinadas normas que tradicionalmente se explican de  la siguiente manera: a) La autonomía, que tiende a la realización las metas personales respetando la capacidad de autodeterminación; b) La  beneficencia,  que  implica  la  protección de  los  más vulnerables;  c)  La  no maleficencia (no hagas daño)  parte esencial en  la tradición de  la ética médica; d) La justicia, que exige una ponderada  decisión  en  los  casos que se trate.



Entiendo que no hay crisis de valores sino de valoraciones. Se dice entonces que el ser humano es un proyecto a realizarse a través de toda su vida mediante el ejercicio de su libertad, debiendo tener en cuenta el derecho y la dignidad de los otros a la hora de tomar sus decisions


Estos principios inducen a determi- nar que la ética no es la moral, aunque  su misión es explicar la moral efectiva, e influir en la moral misma. En consecuencia el fundamento de la ética o en lo que se basa es en el ser humano, ya que esta estudia su conducta, se basa en hacer el bien y no el mal, de cuya actitud dependerá una buena relación social, que lleva, cada vez que vamos a ejecutar una acción más o menos importante preguntarse: ¿Por  qué lo vamos a hacer? ¿Qué queremos conseguir? ¿Cómo  lo haremos? Seguido de las próximas preguntas que debemos hacernos: ¿Mi decisión me llevará a ejecutar una acción justa o injusta? ¿Esta acción me ayudará a crecer  como  persona, metraerá paz emocional   y espiritual? ¿Lo que voy a hacer perjudica a alguien directa o indirectamente? ¿Lo hago por capricho, o sé que me conviene realmente?


Por su parte, los valores morales, son cualidades objetivas y reales que interpelan a la libertad y la responsabilidad del ser humano para edificar su vida de acuerdo a lo bueno y lo justo frente  al mal y a la injusticia. Entiendo que no hay  crisis de valores sino de valoraciones. Se dice entonces que el ser humano es un proyecto a realizarse a través de toda su vida mediante el ejercicio de su libertad, debiendo tener en cuenta el derecho y la dignidad de los otros a la hora de tomar sus decisiones. Para seguir nuestra conciencia debemos formarla,  lo  que implica buscar unos valores básicos co rrectos que vayan dirigidos al bien y el desarrollo del ser humano (entiendo, que desde la perspectiva del compromiso cristiano). De esto se deduce, que las ideas básicas que nos sirven como eje en el razonamiento moral son los valores, estos fundamentan la razón de nuestros actos, ya que son realida- des o actitudes consideradas importantes.


Sin embargo, existen obstáculos para que estos valores puedan cultivarse. Entre otros obstáculos están la insensibilidad social, el afán de poseer, el de abarcar más de lo que se puede y permite el buen juicio, que se ha convertido en la principal meta de algunos grupos y de personas. De ahí, que es tan grande la ambición por las riquezas materiales, que bajo la excusa de una supuesta seguridad económica, se violan flagrantemente las más elementales normas que rigen el buen comportamiento, la solidaridad y el respeto, y en la que más que  vivir apegado a principios morales en esta “sociedad moderna” se ha tornado cada vez más difícil debido a la falta de caridad que acusan muchas veces sus miembros más connotados.


Es evidente entonces, que el acaparamiento, la diversificación de funciones y medios para producir más dinero, ha servido de acicate a muchas personas, para “serruchar el palo” a cualquiera que se interponga en su camino, sin importar que sea “grande o chiquito”. Toda esta competitividad está sustentada bajo el criterio que  se requiere de un gran  volumen de trabajo a cualquier precio que  haga  sentir la embriaguez que  producen los primeros puestos. Esta actitud es equivalente al “fulanismo” en la política, de dar importancia a los individuos que ocupan -o quieren ocupar- el poder y no dar importancia a los valores y a las ideas.


En este propósito, es tiempo para reflexionar y no dejarse arrastrar de los antivalores que amenazan seriamente las reglas de convivencia. La vida fácil, la adicción a la televisión y el internet llenos de programas e informaciones con un contenido cuestionable y alienante, la pornografía, la ausencia de sacrificio, la droga, y el no comprometerse, que resulta a mediano plazo causa eficiente de la desmembración de la familia, son algunos de los factores negativos que  tenemos que  enfrentar. Entre otros aspectos que  nos identifica como  una multitud masificada donde  se ha reemplazado las palabras de la mesa por la visión hipnótica de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías que como  señala Ernesto Sábato nos “tantalizan”, esto es, de una tentación sin satisfacción que aliena el espíritu.[14]


Insisto, en que la permisividad, el consumismo y el hedonismo han sido las causantes de que  el hombre de la  “nueva era” se haya  convertido en una veleta, sin que tenga un punto concreto de referencia, ni nada  que lo frene, con tal que le produzca placer, y más que esto, que le parezca bien y lo haga sentir bien. La inconstancia y la ausencia de un comprometerse seriamente, es un nuevo  estilo de vida. Hacia eso apuntan y es lo que quieren evitar los valores morales. Se aprende siendo fiel a ellos, que las cosas pequeñas por más insignificantes que parezcan tienen sentido cuando con  ellas cons- truimos una nueva humanidad. Se aprende a través de los valores morales, que  las reglas de convivencia no son letra muerta, sino la mejor forma de permanecer unidos en la paz y a la observancia de los principios éticos.


Partiendo de la anterior afirmación, Gustavo Villapalos y Alfonso López Quintás[15] describen lo que quiero expresar:


“Los valores se pueden entender de dos maneras: pueden tener, como se dice ahora, al menos «dos lecturas» como algo self-service que cada cual se crea a su gusto y capricho, para jerarquizarlo luego según los propios intereses y tratar de afrontar así la vida (eso, más que valores son utilidades); o como destellos de un mismo esplendor, el de la Verdad que hace libre a los hombres y se hace justicia, o libertad, o fidelidad u honradez, pero que es indivisible, fruto, de una misma y vital raíz, y que no tiene el menor sentido si se vive con dobleces, el pasarla bien; o con la cultura del “aquí no pasa nada”; que hoy vale pero mañana no, que para esto se tiene en cuenta pero no para aquello, en una incoherente doble moral de convivencia antihumana porque su centro y médula no es lo único que puede y tiene que ser: la persona humana. Entendido así, en esta realista, enriquecedora y humana dimensión, los valores no se imponen, no pueden imponerse, atraen por sí mismos”. Por esto y muchas razones más, “a los hombres a quienes las circunstancias permiten escoger su camino en la vida, no merecen perdón si no eligieran aquel que su razón le presenta como el más digno de tener en cuenta”.


Aquí la coherencia juega un papel muy importante, pues de nada vale que expongamos nuestras ideas si no están acompañadas con el ejemplo de vida, por tanto, los valores no se imponen, sino que resultan del rico desempeño que pongamos para cultivarlos conforme las enseñanzas que recibimos.


Lo que hay que evitar es tener el perfil del hombre light que describe acertadamente Enrique Rojas, al hablar de una vida sin valores:


“Se trata de un hombre relativamente bien informado, pero con escasa educación humana, muy entregado al pragmatismo, por una parte, y a bastantes tópicos, por otra. Todo le interesa, pero a nivel superficial; no es capaz de hacer la síntesis de aquello que percibe, y, en consecuencia, se ha ido convirtiendo en un sujeto trivial, ligero, frívolo, que lo acepta todo, pero que carece de unos criterios sólidos en su conducta, todo se torna en el etéreo, leve, volátil, banal, permisivo. Ha visto tantos cambios, tan rápidos y en un tiempo tan corto que empieza a no saber a qué atenerse o lo que es lo mismo, hace suyas las afirmaciones como: “Todo vale”, “Que mas da” o “Las cosas han cambiado”.[16] De  esa manera,  podemos encontrarnos  con   un   buen   profesional en  su  rama,  que   conoce  bien  la tarea que  tiene entre  manos, pero que  fuera  de  ese contexto va  a  la deriva,  sin  ideas  claras,  atrapado -como está- en un mundo lleno de información,  que   le  distrae,  pero que  poco   a  poco   le  convierte  en un hombre superficial, indiferente, permisivo,  en  el  que  se anida  un gran vacío moral. Ese gran vacío moral que tiene el hombre, lo lleva a abandonar los proyectos en los que puede fundamentar los verdaderos valores, buscando excusas que  no responden  a  criterios  definidos  y bien fundamentados, justificadores de  su desidia y falta  de  voluntad. Entonces cae en el más penoso de los males, la irresponsabilidad que lo lleva ser una persona inconstante y falta  de  caridad. Se puede decir con otras palabras, que es un barco que no tiene timonel.

Todo esto es una realidad que nos golpea. Más que una realidad una verdad, que muchas veces no queremos escuchar. Ramón Antonio (Negro) Veras el 6 de abril de 2016, me escribió diciendo:


“Se está dañando el ser humano dominicano”.  “Un cambio de opinión sobre un amplio segmento de la población”.    “De sensible, humanista, solidario, cálido cariñoso, compasivo, insensible ha pasado a individualista, frío, “calculador”, falto de amor, sin conciencia. De seres humanos de buena conducta, reciedumbre ética y moral, firmeza en sus convicciones, total abnegación, altamente generosos, libres de  la codicia y ausentes de egoísmo, hemos pasado a ser gentes agrias, ásperas y bruscas, desapareciendo la cariñosa, tran- quila, amena y sosegada”. ¿Cuál es la razón?”.


La coherencia es importante tanto en la ética como los valores mora- les. En cualquier ejercicio profesional hay que conducirse de acuerdo a esos valores. Un profesional debe actuar en   libertad pero  también con responsabilidad (estatua de  la libertad y de la responsabilidad) es el anverso y reverso de una  misma moneda, es y debe ser ejemplo para los demás, quien no reúna esas cualidades debe  plantearse seria- mente dejar de serlo.


Por ejemplo, adecuando una  expresión del profesor Juan Sánchez Calero Guilarte al ámbito del derecho puede decirse que no es profesional del derecho quien quiere, sino aquel que quieren las partes que lo han escogido. No abundan los letrados que pueden ejercer esa función con competencia: muchos pretenden ejercer la profesión de abogados, alguna vez lo consiguen; pocos lo merecen.


El profesional ético debe  unir la ortodoxia, esto es, las normas o prácticas tradicionales aceptadas por la mayoría en un determinado ámbito, con la ortopraxis, que  se refiere al recto obrar. Cuando se queda solo en la ortodoxia, equivale a decir, que hay  profesionales que son mucha espuma y poco chocolate.


La crisis actual de la moral


No puedo pasar por alto el aspecto de la moral desde la perspectiva cristiana prescindiendo de todo concepto religioso. Lo más significativo y característi- co de la época reciente es el fuerte sentimiento de rechazo y agresividad que provoca la simple idea de la moral.  Se evidencia por el cúmulo de normas, mandatos, prohibiciones, leyes, que se imponen por la fuerza, que va contra gustos y tendencias naturales que impide, el gozo y la alegría de una vida feliz. Un peso que se hace  demasiado molesto e insoportable como  para aceptarlo de forma voluntaria, si no fuera por los sentimientos que despierta aún en muchas conciencias.


Esta dosis de malestar e inconformismo se manifiesta con  un signo más preocupante, la indiferencia, que  supone una  pérdida absoluta de interés y preocupación por algo a lo que no se la da importancia en la vida ordinaria.


Desde esa perspectiva, adecúo unas ideas de Eduardo  López Azpitarte,[17] sobre los  presupuestos para  descubrir   el  significado  y la  importancia  de los “valores éticos como  cauces que  orientan e iluminan la libertad hacia la meta mediante una  ética secular o una  moral mística. Lo importante es realizarnos como  personas, atendiendo a la moral como  ciencia y como  una derivación de lo que se entiende por experiencia ética;  por tanto centrarse en el descubrimiento de esos valores  concretos es la gran tarea de la reflexión moral, en otras palabras de una  ética normativa que  presente valores que parezcan los más justos y adecuados para auto-realizarnos como  personas y así captar la rectitud  de una acción.


Bajo estos preceptos, la moral presentada por el cristianismo trata de hacer- se sobre una base real y objetiva, teniendo en cuenta un modelo de persona que exige una entrega de fe en alguien y un compromiso en la tarea de rea- lizar el mensaje,  por tanto, una  de las funciones de la moral será entonces recordar las exigencias de ese mensaje, que son olvidadas  a conveniencia.


Una verdad personal


En realidad, de la abundancia del corazón habla la boca  y con  el corazón se cree  y con  los labios se profesa. Esto hace  testimoniar  lo que   me  ha ayudado para   hacer  frente  a todas las dificultades que  he encontrado en los largos años de ejercicio profesional de la abogacía, me  he apoyado en cuatro pilares: la esperanza por la que  fuimos creados; nuestro propio ser que lucha contra todo  obstáculo; el Espíritu de Dios que nos fortalece ante cualquier dificultad; y el Padre  que  mantiene la fidelidad a su proyecto de salvación. Y también en dos virtudes que  n el orden  ético deben poseer los profesionales en sus distintas  ramas y que  resumo en estas ideas: la honradez y la humildad sin hipocresías.

Referencias

Aranguren, José Luis. Ética. Madrid: Editorial Biblioteca Nueva, 1997.

López Azpitarte, Eduardo. Fundamentación de la ética cristiana. Madrid: San Pablo, 1990.

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